martes, 23 de enero de 2007

Cuando los cuentos salpican

"I can resist anything except temptation" Can you?
Y junto a la nota, la llave de una taquilla del supermercado de al lado. En la taquilla del supermercado, otra nota anónima, más instrucciones y otra llave que llevaba de cabeza a las taquillas de la universidad. Y allí otra taquilla cerrada, otra nota, otra llave sin ninguna marca. Y en la última taquilla (nº9), una caja de chocolate, un último mensaje y las obras completas de Oscar Wilde. Todo anónimo.

La gente está que se tira de los pelos, deseando saber quién lo ha preparado. Yo tampoco lo sé (al menos no a ciencia cierta), pero tampoco me importa saber quién es el causante del alboroto. Tal vez porque si no lo sé, puede sé cualquier persona, y bajo cualquier circunstancias.

Supongo que el simple hecho de que alguien rompa para mí la realidad en miles de trocitos es más que suficiente. Y yo que pensaba que era la única que pintaba paranoias en el aire.

Siempre he tenido un cierto interés por lo ambigüo. Lo que no es ni una cosa, ni la otra. Lo que está en los límites. Como esas situaciones entre la realidad y la ficción... cuando yo mismo dejo de ser real en una realidad real. Y paso a verme desde otra perspectiva... que generalmente acompaña a cualquier cosa que no Es. Mientras contaba lo que pasaba por la facultad me lo dijeron ¡Como en Amelie! - Tengo que volver a ver esa película - . Lo cierto es que los colores sí que cambiaron.

Por fortuna, de vez en cuando la irrealidad de los cuentos nos acaba salpicando. A veces sucede de vuelta a casa, de madrugada. Y otras veces en conciertos en los que directamente se te ofrece el príncipe azul. Otras veces son sesiones de fotos en las que te ofrecen ser una muerta del siglo XIX para un trabajo fotográfico. O una eterna Ophelia. Y otras veces son noches perfectas. Perfectas sin más en el tejado mirando la ciudad. A veces se debe a coincidencias inexplicables. O a sentir a alguien tan cerca de uno que parece que diga las palabras que tú piensas. O cuando el mundo se reduce a una persona tumbada en la cama y la voz de otra al teléfono.

Sea como fuera, sigue habiendo momentos en los que los cuentos salpican. La lástima es que sean pocos. No, perdón. Eso es el encanto. La lástima es que hay gente que no los quiera ver.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La pena es eso último que has dicho... la gente no los quiere ver, o si los ven, no son importantes... solo azares de la vida.

Anónimo dijo...

Todos estamos demasiado ocupados con nuestra vida para fijarnos en cuentos... ¿no es eso? Así que también suele haber muy poca gente con quien compartirlos... no son más que tonterías. *sigh*

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