miércoles, 6 de mayo de 2009

Ansèlm Duchamp

Ansèlm envejecía por momentos. Con eso no quiero decir que envejeciera de repente; ni mucho menos. Simpelemente envejecía por momentos: a veces era viejo, y otras veces no. Le gustaba en esas ocasiones frecuentar bares y mendigar miradas, elegante aun a pesar de la edad. Siempre con el pelo hacia atrás y el pañuelo al cuello. ¿Y esa nariz aguileña? Era extraño... Porque esa nariz aguileña no era tan aguileña a los cuarenta.

Cuando se cansaba solo tenía que volver a casa y lavarse la cara. La vejez se la llevaba el agua y desaparecía por el desagüe después de formar densos chorros y densas gotas de color opio. En esos casos siempre se miraba en el espejo y pensaba que necesitaba un buen barbero.

-En cierto modo yo también mudo mi piel- pensaba. Exactamente del mismo modo en que lo hacían sus serpientes. Con la diferencia, eso sí, de que a la larga por él nunca pasaba el tiempo. ¿Cuántos años llevaría con la misma cara y las mismas cuatro arrugas? Casi tantos como tenían sus ojos bilocados en blanco y azul. Le hizo gracia cuando vio a David Bowie por primera vez. Pero musicalmente hablando Ansèlm era de gustos bastante más clásicos...

La gente que lo conocía; es decir, trabajadores del Gabinete o La Casa, murmuraban a sus espaldas. No se sabía gran cosa de él, solo que la Reina Araña lo había marcado y que tenía contactos con los espectros del subsuelo. Así obtenía esa preciada información más allá de la telaraña. Estaba claro qué es lo que había obtenido a cambio de sus servicios: La eterna juventud; el porte de dandy era suyo desde un principio.

Ansèlm coordinaba y dirigía el Gabinete de las Serpientes, a sus integrantes y sus servicios. Hasta la fecha ni una sola vez habían errado sus cartas ni sus mujeres. Elisa, Eloisa, Elisenda, Silvia, Elsa y Estela. Todas sibilantes y líquidas por igual. Como lo era Ansèlm.

Entre ellas Estela fue la primera. La incomparable, la iniguablabe Estela. Estela, siempre Estela. Quienes los conocieron a comienzos de siglo, y me refiero al XX, daban por sentado que se amaban, cuando ninguno de los dos era capaz de aquello. Ansèlm no tenía corazón y a Estela se lo robaron con la muerte de su marido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me has descolocado... yo pensaba que este peculiar adivino del XIX no tenía ningún poder real, sólo una labia y presencia impactantes...

Me lo voy a tener que releer...

Anónimo dijo...

Estela, Estela, Estela... ¿por qué estaba ahí Estela?

Addictive Epicurean dijo...

1-Es que el otro día me lo encontré en un bar de Vitoria (bueno, su versión de viejo) y lo entendí un poco mejor. Cosas que pasan... Jis, jis. Hacía tiempo que quería continuar la historia del adivino, pero me fastidia que vaya obteniendo información con cuentagotas y luego tengo que hacerlo encajar todo.
2- Yo también me lo pregunto para ser sincera... Tendré que esperar a cruzarme con ella o alguien que se le parezca por la calle, porque si no mi mente no espabila. Eso sí, después llega un momento en que lo suelta todo de golpe. Esto sí que me gusta de mi cabeza.

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