viernes, 29 de abril de 2011

Madame Tarántula y yo

Madame Tarántula es un personaje extraño. Me llegó de rebote desde la otra parte del planeta y desde entonces ha formado parte de mi imaginería personal. Como se hacía antiguamente en las religiones, la uso para explicar fenómenos a mi alrededor. No explica nada, pero da consuelo. Porque lo que no entiendes sigues sin entenderlo, pero tienes una cara a la que escupir las maldiciones. Y dicen que mejor fuera que dentro.

Es una criatura atemporal que parece mujer, aunque no lo es. La mujer más sensual y fascinante que hayas visto nunca, pero es un hombre. Sus uñas terminan en afiladas agujas metálicas que se extienden varios centímetros más allá de la yema de los dedos. Los usa para inyectar veneno a la altura de la escotadura yugular de sus víctimas; y así les roba la voz. Eso me lo inventé cuando los ataques de nervios empezaron a paralizarme las cuerdas vocales.

Tiene los ojos negros, como pozos abisales. El cabello negro que no se mueve ni con el viento. Pestañas tan largas que parecen plumas de cuervo y se mueve como una serpiente. Viste a la antigua, con un extraño corpiño y un cancán con estructura metálica aún más rara. Es irregular, con varillas y alambres metálicos que se tuercen y retuercen hasta formar las patas de la araña. Camina sobre tacones de aguja, pero sus pasos no emiten sonidos: como su voz. Abre la boca y las palabras llegan a tu oído sin necesidad de aire, sin necesidad de articular. Se derraman. Es el verbo que uso cuando hablo de su voz: se derrama.

Madame Tarántula regenta un establecimiento en Barcelona que se llama La Casa de los Placeres. Allí le da al ser humano aquello que más desea, aunque parezca imposible. El precio a pagar es desorbitado, porque a fin de cuentas pagaríamos lo que fuera por lo que más anhelamos. Así es como tiende la red y las moscas quedan atrapadas en sus hilos (de necesidad). Controla a varias criaturas como Anselm, como Jed, como Lizzy, como el gato y otros tantos que trabajan en la casa. Todos ellos humanos, pero no "como ellos que se agrupan", "como ellos que salen". Son de otra clase.

Así Barcelona se convierte en otra Barcelona. Las imágenes son siempre más nubladas, los hechos, las acciones, las personas más retorcidas. Y lo inquietante es que sigue siendo lo mismo. Es reconocible y es posible calificarlo como "verdad". Eso sí, una verdad retorcida como la que se veía a través de los ojos de Spilliaert.

Cuando cuento estás historias a la gente me dicen que les gusta. Madame Tarántula pasa a convertirse en parte de su imaginería, como Hadur, como los espectros del metro, como la pobre Lucía. Es gracioso, me dicen que les doy vida, que parecen reales. Yo siempre respondo que es porque lo son. Porque ese mundo retorcido que asusta a todo el mundo es mi mundo. Cuando mi mente se colapsa, todo se distorsiana. La realidad deja de ser lo que es habitualmente y se convierte en un lugar inquietante, inseguro, mutable. Y perfectamente puedes creer que se va a abrir una brecha de dos metros bajo tus pies aunque sabes que no es verdad. Sabes que no es verdad y sin embargo la manera de percibirlo te obliga a creer en ello.

Creo que se llama neurosis.

Y para celebrarlo, mi eterna ella por todo lo alto:




2 comentarios:

Karstiel dijo...

Hace muchos años que me presentaste la existencia de dicho ente y, demonios, ¿cómo no se puede creer en ese ente? Está ahí, eso es seguro, ¿pero esperando qué?

Addictive Epicurean dijo...

Sí que existe, te lo digo yo. Algún día escribiré sobre los niveles de ontología en mi mente. Es un tipo de existencia extraño, que no alcanza el nivel de realidad pero supera el de mentira. Pero está y hay momento en que se hace tan real el concepto de sus ser... Es como si me pillara y me dijera: ¡Mira cuánto he crecido desde que me creaste!

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