jueves, 18 de agosto de 2011

El sueño (I)

(I)
- ¿Tú cómo haces para dormirte?
- Cierro los ojos y ya está. Venga, duerme.
- Es que no puedo... Tiene que haber algo más.
- ¿Algo más de qué?
- Para dormir. Yo también cierro los ojos, pero no me duermo.


(II)
De vez en cuando, aun después de casarme, llevaba a cabo el mismo ritual de cuando era un niño. Vivíamos en casa de mis padres por aquel entonces: una caserona de pasillo largo escondida en uno de los incontables pisos que atestan Barcelona. Cuando pienso en ella siempre veo sus sombras, dibujadas por la penumbra a la hora de la siesta o apenas iluminadas por las farolas de la calle en plena noche. Son recuerdos escasos, extraños e intensos. En ocasiones me planteo si serán reales o simplemente los soñé algún día: mi padre llevando las cuentas, mi madre cosiendo en el sillón mientras escucha la radio, mi hijo jugando en en el suelo de parqué, mi mujer recostada sobre el reposabrazos del sofá viendo la tele...

Yo siempre he sido el primero en acostarse. Tan pronto como anochecía me calzaba el pantalón y la chaqueta del pijama, blancos ambos, con rayas azules que caían ordenadamente de los hombros hasta la cadera y de la cintura hasta los tobillos. Siempre he llevado el mismo modelo de pijama, que cambiaba a medida que se iba desgastando. Formaba parte del ritual, como todo lo demás: sentarme en la cama para poner el despertador, levantarme para ir a la cocina, coger un vaso de agua, volver al cuarto, dejar el vaso en la mesilla de noche y volver a sentarme al borde de la cama. En el momento en que la casa estaba en silencio apagaba la luz, me tumbaba mirando hacia arriba y me arropaba. Al cabo de unos minutos las mismas sombras que inundaban los recuerdos de mi casa se aparecían delante de mis ojos y lo teñían todo. Cuando el silencio más absoluto reinaba en la habitación, yo me levantaba de la cama y vestido con el pijama de rayas salía a la calle. El sonido de un viejo gramófono llenaba mi casa mientras cruzaba el pasillo, pero nunca fui a comprobar de qué se trataba (idiota de mí).

Sólo tenía ojos para lo que había fuera de la casa. Algunos días la noche negra brillaba con reflejos púrpura en un mundo poblado de flores y otras veces una suave niebla lo bañaba todo bajo una luz crepuscular. A veces me encontraba en un bosque inmaculado formado con miles y miles de hojas de cristal o, si no, en la misma calle en la que vivía, pero como si el tiempo se hubiera detenido en ella... Había llegado a Vespertia.


(III)
El sueño de los benditos:


Flaming June (Frederic Lord Leighton)


El sueño de los malditos:


La morfina (Santiago Rusiñol)



(IV)



Hora de acostarse, a ver si esta noche puedo dormir.

1 comentarios:

Moroboshi dijo...

Addy! Has recibido un Premio Bloggero. Si quieres saber lo que es... entra en Cementiri de Pneumàtics! :)

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