lunes, 5 de abril de 2010
Para mí todos los viajes empiezan y terminan en la estación de Sants. La ida no es tan importante, pero a la vuelta tengo la costumbre de sentarme en el Ars con una taza de café delante. Hoy no ha sido posible. He vuelto con semejante dolor de cabeza que he tenido que conformarme con un botellín de agua para doparme con lo que he comprado en la farmacia de al lado.
Si tengo tiempo, antes de marchar de viaje (adonde sea) me gusta tomarme un café. Miro los horarios de trenes, lo que voy a visitar o pienso en lo que haré en los días por venir. Es una manera de anticipar el viaje. Porque sí, las cosas se pueden disfrutar ya de antemano y para mi hacerlo antes de subir a un tren es parte de la diversión.
A la vuelta ocurre lo mismo. Cuando es posible me siento. No ya tanto para disfrutar nada, sino para poner en orden las ideas al volver a la vida normal. Así que por un momento recurro al AXIS MUNDI y me siento en medio de esa cafetería con gente yendo y viniendo, mientras yo me quedo quieta viendo como todo gira a mi alrededor. Entonces pienso un poco, saco un libro y pienso otro poco. Miro a la gente y trato de adivinar si vienen o van, si es de muy lejos y qué relación los une a sus vecinos. Porque hay muy poca gente que viaje sola. Hay caras y expresiones de todo tipo. Y a mí me gusta otear como observadora sobre todas ellas.
Supongo que el conglomerado de ideas, intuiciones y sensaciones me sirve de bálsamo a mi caos mental. Mientras mis pensamientos se ponen en orden en el subconsciente, mi mente consciente se centra en el ir y venir de la gente. Generalmente no me pasa, pero hoy he sentido algo peculiar: la sensación de que yo estaba muy lejos de todos ellos. No por arriba, ni por abajo; sino más bien como "al otro lado", a través de una cortina de humo o niebla. Y mientras volvía a casa caminando (sensación agradable a principios de primavera) la ciudad me ha dado la bienvenida. Tal vez fuera por el dolor de cabeza que aún seguía en su sitio, pero era una ciudad diferente. No la de todos los días, sino la de Ella (La Reina Araña, quiero decir). Porque no veía ni lo obvio, ni lo natural. Sino que veía lo más extraño y grotesco de los rincones y callejuelas.
Así que me he sentido todavía más distante de todo. Con la sensación, eso sí, de que tengo que coger las riendas de mi vida de una vez. Hacer limpieza. Y encontrar mi modus vivendi que sea aplicable sólo a mí. Ver en qué me he convertido mientras no miraba de reojo.
La muy zorra me ha clavado el aguijón en la nuca y todo eso me iba susurrando. Por suerte, a media tarde ha remitido... Pero esa voz silenciosa de "Bienvenida a casa, hija" me ha dado auténtico pánico.
Si tengo tiempo, antes de marchar de viaje (adonde sea) me gusta tomarme un café. Miro los horarios de trenes, lo que voy a visitar o pienso en lo que haré en los días por venir. Es una manera de anticipar el viaje. Porque sí, las cosas se pueden disfrutar ya de antemano y para mi hacerlo antes de subir a un tren es parte de la diversión.
A la vuelta ocurre lo mismo. Cuando es posible me siento. No ya tanto para disfrutar nada, sino para poner en orden las ideas al volver a la vida normal. Así que por un momento recurro al AXIS MUNDI y me siento en medio de esa cafetería con gente yendo y viniendo, mientras yo me quedo quieta viendo como todo gira a mi alrededor. Entonces pienso un poco, saco un libro y pienso otro poco. Miro a la gente y trato de adivinar si vienen o van, si es de muy lejos y qué relación los une a sus vecinos. Porque hay muy poca gente que viaje sola. Hay caras y expresiones de todo tipo. Y a mí me gusta otear como observadora sobre todas ellas.
Supongo que el conglomerado de ideas, intuiciones y sensaciones me sirve de bálsamo a mi caos mental. Mientras mis pensamientos se ponen en orden en el subconsciente, mi mente consciente se centra en el ir y venir de la gente. Generalmente no me pasa, pero hoy he sentido algo peculiar: la sensación de que yo estaba muy lejos de todos ellos. No por arriba, ni por abajo; sino más bien como "al otro lado", a través de una cortina de humo o niebla. Y mientras volvía a casa caminando (sensación agradable a principios de primavera) la ciudad me ha dado la bienvenida. Tal vez fuera por el dolor de cabeza que aún seguía en su sitio, pero era una ciudad diferente. No la de todos los días, sino la de Ella (La Reina Araña, quiero decir). Porque no veía ni lo obvio, ni lo natural. Sino que veía lo más extraño y grotesco de los rincones y callejuelas.
Así que me he sentido todavía más distante de todo. Con la sensación, eso sí, de que tengo que coger las riendas de mi vida de una vez. Hacer limpieza. Y encontrar mi modus vivendi que sea aplicable sólo a mí. Ver en qué me he convertido mientras no miraba de reojo.
La muy zorra me ha clavado el aguijón en la nuca y todo eso me iba susurrando. Por suerte, a media tarde ha remitido... Pero esa voz silenciosa de "Bienvenida a casa, hija" me ha dado auténtico pánico.
Etiquetas: Ego-neuras
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3 comentarios:
Una visita casera siempre aguza la tranquilidad...
Mítica farmacia de enfrente del Ars! Pero tú lo que necesitas es que te lleven a comer un buen lechal! :P
Welcome <3
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