martes, 10 de junio de 2008
MAIWAI
De Minetarô Michizuki
Maiwai cuenta la historia de Funako Yamato, una estudiante de bachillerato que – en palabras textuales – siente un extraño dolor en su pecho. Su objetivo existencial tras la muerte de su madre ha sido el de hacerse cada vez más fuerte. Meta sobradamente superada tras ganar diversos torneos a nivel nacional y ser la nueva capitana de su club de lucha libre en el instituto. Una jovencita a la que ni siquiera los macho men de su equipo pueden hacer sombra.
Sin embargo, a pesar de haber conseguido el gran objetivo de su vida, Funako sigue sintiendo esa inexplicable presión en el pecho que no parece desvanecerse. ¿Cuál es el problema si ya ha alcanzado todo aquello que en teoría “debía conseguir”?
Bajo esta metáfora tan simplista – en la mejor acepción de la palabra –, nos encontramos con un contenido denso y existencial. El extraño vacío y la apatía que recubre el devenir cuando todos nuestros objetivos prefijados han sido cumplidos. Un objetivo tiene validez en cuanto ha sido trazado en relación al avance personal, no por cubrir lagunas. Hablando en plata, no sirve de nada agarrarse a un clavo ardiendo, pensando que podrá aportarnos la salvación. Porque en cuanto se alcancen las metas, si estas son irrelevantes, el objetivo carecerá de valor y volverá a dejarnos tan vacíos como estábamos en un principio. No importa lo sobresalientes que hayan sido nuestros logros si eso nunca ha sido en realidad lo que hemos deseado.
El objetivo nunca es objetivo, es camino a recorrer. En la historia éste se ve ilustrado bajo el arquetipo de viaje iniciático o búsqueda del tesoro. Un proceso tan interno como externo... Un paso a paso en la realidad que asimismo se va forjando en el alma, y como bien indica el abuelo de Funako, ayuda a crecer más allá del simple hecho de ser una consecuencia del paso del tiempo para todos nosotros.
Este camino hacia el crecimiento interior, más allá de banalidades inservibles y falsos clavos al rojo vivo, es la clave de la obra. Asistimos a la búsqueda del tesoro junto a Funako y una panda de compañeros igual o incluso más excéntricos que la joven luchadora. Una serie de situaciones absurdas (o más bien surrealistas), de calle, de vida cotidiana, tan reales como la vida misma, que se ven aderezadas con puntuales frases sobre la existencia y la realidad que caen sobre la cabeza como losas.
En resumen, una preciosa metáfora sobre la vida y la apatía que la rodea. La verdad y el crecimiento. Y sin duda unas de las manifestaciones más actuales y acertada del arquetipo del viaje iniciático. Fresco, divertido, ligero y agradable, como los momentos de epifanía tras XX porros en el balcón de casa, de noches sin dormir y días sin comer, o vueltas a casa tras borracheras impresionantes de madrugada. Vamos, la verdadera filosofía que tiende a ser desprestigiada.
De Minetarô Michizuki
Maiwai cuenta la historia de Funako Yamato, una estudiante de bachillerato que – en palabras textuales – siente un extraño dolor en su pecho. Su objetivo existencial tras la muerte de su madre ha sido el de hacerse cada vez más fuerte. Meta sobradamente superada tras ganar diversos torneos a nivel nacional y ser la nueva capitana de su club de lucha libre en el instituto. Una jovencita a la que ni siquiera los macho men de su equipo pueden hacer sombra.
Sin embargo, a pesar de haber conseguido el gran objetivo de su vida, Funako sigue sintiendo esa inexplicable presión en el pecho que no parece desvanecerse. ¿Cuál es el problema si ya ha alcanzado todo aquello que en teoría “debía conseguir”?
Bajo esta metáfora tan simplista – en la mejor acepción de la palabra –, nos encontramos con un contenido denso y existencial. El extraño vacío y la apatía que recubre el devenir cuando todos nuestros objetivos prefijados han sido cumplidos. Un objetivo tiene validez en cuanto ha sido trazado en relación al avance personal, no por cubrir lagunas. Hablando en plata, no sirve de nada agarrarse a un clavo ardiendo, pensando que podrá aportarnos la salvación. Porque en cuanto se alcancen las metas, si estas son irrelevantes, el objetivo carecerá de valor y volverá a dejarnos tan vacíos como estábamos en un principio. No importa lo sobresalientes que hayan sido nuestros logros si eso nunca ha sido en realidad lo que hemos deseado.
El objetivo nunca es objetivo, es camino a recorrer. En la historia éste se ve ilustrado bajo el arquetipo de viaje iniciático o búsqueda del tesoro. Un proceso tan interno como externo... Un paso a paso en la realidad que asimismo se va forjando en el alma, y como bien indica el abuelo de Funako, ayuda a crecer más allá del simple hecho de ser una consecuencia del paso del tiempo para todos nosotros.
Este camino hacia el crecimiento interior, más allá de banalidades inservibles y falsos clavos al rojo vivo, es la clave de la obra. Asistimos a la búsqueda del tesoro junto a Funako y una panda de compañeros igual o incluso más excéntricos que la joven luchadora. Una serie de situaciones absurdas (o más bien surrealistas), de calle, de vida cotidiana, tan reales como la vida misma, que se ven aderezadas con puntuales frases sobre la existencia y la realidad que caen sobre la cabeza como losas.
En resumen, una preciosa metáfora sobre la vida y la apatía que la rodea. La verdad y el crecimiento. Y sin duda unas de las manifestaciones más actuales y acertada del arquetipo del viaje iniciático. Fresco, divertido, ligero y agradable, como los momentos de epifanía tras XX porros en el balcón de casa, de noches sin dormir y días sin comer, o vueltas a casa tras borracheras impresionantes de madrugada. Vamos, la verdadera filosofía que tiende a ser desprestigiada.
Ya iré agregando más citas a medida que me vaya releyendo la historia:
Entre los siglos XVI y XVII hubo hombres que se echaron a la mar en busca de lugares inexplorados. Hoy en día, en diez horas se puede ir de Japón a Nueva York. ¿Y eso qué significa? El ansia de saber es importante para el ser humano. No, no es importante. Es jodidamente esencial. El ser humano siempre busca algo. Algo que lo excite, que lo atraiga. ¿Y por qué? Porque quiere ver otros mundos. Porque esté donde esté, lo único que tiene en su puñetera cabeza es lo de: “Aquí no puedo ser yo mismo”. Algún sitio pero no “aquí”. Algo, pero no “esto”. Alguien, pero no “quien soy ahora”. ¿De qué estaba hablando?
(...) Pero no es tan sencillo. Lo intento con todas mis fuerzas, de veras... Lo intento. Pero últimamente... siempre me siento tan vacía y no sé por qué. Lo único que me queda es este dolor constante que ni yo entiendo. Me da tanta rabia, que me pongo a llorar. ¿Por qué las mujeres estamos condenadas a ser tan débiles? ¿Qué puedo hacer para librarme de este dolor en mi pecho? Sigue doliéndome y no puedo hacer nada por evitarlo. ¿Desde cuándo me siento así? Abuelo, ahora el mar de Funako está dormido.
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