miércoles, 29 de agosto de 2012
Desde que convivo con mi cabeza las 24 horas del día, paso mucho tiempo en la biblioteca. Tiene varias ventajas a estar en casa: el aire acondicionado (¡yeih!), un sentido de la rutina, el ambiente de trabajo que ayuda a evitar la pereza y gente paseando que te recuerda que formas parte de un mundo grande y complejo.
Mientras estaba sentada en mi silla habitual, hace dos días pude ver al hombre más feliz del mundo. Sí, en serio. Tal como suena. Estaba sentado justo delante de mí y sonreía de oreja a oreja mirando la pantalla de su ordenador. Me pasé tres cuartos de hora dando vueltas al boli entre los dedos, pensando exclusivamente qué es lo que le hacía tan feliz. Mi deducción fue: "chateando con la novia, acaban de empezar a salir".
Al día siguiente volví a verlo, sentado en la mesa de al lado, con la sonrisa que no le cabía en la cara. Era la idea de felicidad encarnada en un hombre, hasta Platón tendría que reconocerlo. Sigo dándole vueltas al asunto y creo que me llamó la atención porque casi nunca ves por la calle a alguien feliz. Feliz, feliz. Completamente feliz.
Algún día escribiré un listado de emociones humanas, lo enviaré por correo y le pediré a la gente que ponga un porcentaje de frecuencia al lado de cada una. Hm... No hay nada como conocer el alma humana para empezar el día.
Hoy no hay tiempo para más, así que dejo uno de mis típicos vídeos veraniegos. Tengo un cuento en la lista de tareas para acabar y además quiero arreglar le lío de etiquetas del blog para hacer el sitio algo más funciona. ¡A seguir sudando!
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2 comentarios:
Pues que curioso ver una persona tan feliz... ¡acércate y pregúntale! ;-)
Hm... Eso me serviría para un cuento. ¡Tomo nota y te lo dedico! Seguro que yo para él soy la señora preocupada, siempre con el ceño fruncido y que no puede estarse quieta. Jie, jie, jie.
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